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Vulnerabilidad sociodemográfica y residencial de los hogares monoparentales encabezados por mujeres de la Ciudad de Buenos Aires en 2021
Vulnerabilidad sociodemográfica y residencial de los hogares monoparentales encabezados por mujeres de la Ciudad de Buenos Aires en 2021
Población de Buenos Aires, vol. 21, núm. 33, pp. 1-76, 2024
Instituto de Estadísticas y Censos de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (IDECBA)

Recepción: 03 Noviembre 2023
Aprobación: 24 Octubre 2024
Resumen: En este trabajo, se presenta una caracterización sociodemográfica de los hogares monoparentales encabezados por mujeres de la Ciudad de Buenos Aires. El análisis de los datos relevados por la Encuesta Anual de Hogares (EAH) de 2021 da cuenta de sus dimensiones educativas, laborales, migratorias y condición de pobreza por ingresos y multidimensional, evidenciando la situación de desigualdad que se materializa en la intersección entre género y territorio. Los hogares de la Zona Sur, como es sabido, reflejan un panorama sociodemográfico más desfavorable que se profundiza en los monoparentales encabezados por mujeres, aunque se evidencian algunos contrastes en la Zona Norte.
Palabras clave: hogares monoparentales, indicadores sociodemográficos, pobreza, distribución espacial, jefatura femenina.
Abstract: This study presents a sociodemographic characterization of single-parent households headed by women in the City of Buenos Aires. An analysis of data collected from the Annual Household Survey (2021) reveals the educational, labor, migratory, and poverty dimensions of these households, as measured by income and multidimensional indicators, evidencing the situation of inequality that materializes at the intersection of gender and territory. Households in the southern area, as is well-known, reflect a more unfavorable sociodemographic profile, which is exacerbated in single-parent households headed by women. However, some contrasts are evident in the northern area.
Keywords: single-parent households, sociodemographic indicators, spatial distribution, single-parent households, sociodemographic indicators, poverty, spatial distribution, female-headed household.
Introducción
Siguiendo la tendencia regional, uno de los principales cambios registrados en la composición de los hogares de la Ciudad de Buenos Aires, entre fines del siglo pasado y principios del actual, ha sido el notable crecimiento de aquellos con núcleo incompleto o monoparentales1. En efecto, según datos censales, los hogares monoparentales nucleares y extendidos aumentaron un 210,0% y 13,7% entre 1980 y 2022, respectivamente (Cuadro1 Anexo).
Dentro de los monoparentales ha sido notable el incremento de los monoparentales nucleares entre ambas fechas, representando casi 8 de cada 10 del total de hogares monoparentales en 2022, en su mayoría encabezados por mujeres.
Los hogares de núcleo completo o biparentales, en particular los nucleares, aun siendo mayoritarios en la distribución total, registraron un aumento menor de 17,8% en el mismo período.
Este artículo propone indagar en el perfil sociodemográfico de estos hogares con el objetivo de actualizar su análisis y ampliar su conocimiento. Para tal fin, los hogares monoparentales serán analizados desde una perspectiva de género —intrínseca a la conformación de esta categoría— y territorial.
Se asumen las dimensiones de género y territorial como aspectos estructurantes de la desigualdad, en tanto la primera, erigida sobre la división sexual del trabajo y el rol atribuido a la mujer en el trabajo doméstico no remunerado, limita la autonomía económica, física y la toma de decisiones de las mujeres, mientras que la segunda posibilita un acceso diferencial a recursos y servicios y condiciona los derechos económicos, sociales y políticos de la población, siendo el lugar donde ocurre la reproducción intergeneracional de la pobreza y donde las desigualdades de género expresan sus propias especificidades (Abeles y Villafañe, 2022; CEPAL, 2016).
Antecedentes y marco conceptual
Distintos autores/as (Bradshaw et al., 2019; Cerruti y Binstock, 2009; Chant y Craske, 2007; Mazzeo, 2013; Torrado, 2003; Ullmann et al., 2014) han dado cuenta de la diversificación de las estructuras familiares en distintos países latinoamericanos como resultado de cambios demográficos, sociales, culturales y económicos. En términos generales, la región ha experimentado un crecimiento de los hogares unipersonales, una disminución de los hogares nucleares biparentales y un aumento de los hogares monoparentales o de núcleo incompleto encabezados por mujeres.
La familia nuclear típica se ha diversificado al compás de la transformación de los vínculos sociales y de pautas culturales que promueven la autonomía y autorrealización individual, de las innovaciones legislativas2, del aumento del nivel educativo y de la masiva incorporación de las mujeres al mercado laboral que no ha estado exenta de contradicciones debido a la doble carga de trabajo —remunerado y no remunerado— que generalmente implica y que afecta el bienestar de ellas y sus familias.
Los hogares nucleares biparentales, sin embargo, aún son el tipo de conformación familiar más usual en la región. Sus modificaciones obedecen más bien a la reducción de su tamaño y a la mayor inserción laboral de las mujeres (Cerruti y Binstock, 2009; Mazzeo, 2010).
Sin embargo, tanto la intensidad como los patrones que configuran dichos cambios se expresan de manera heterogénea en función del nivel de desarrollo económico y de la fase de transición demográfica. Del mismo modo, en el interior de los países, los polos de la distribución del ingreso presentan cambios característicos, siendo el aumento acelerado de los hogares monoparentales con jefatura femenina una tendencia representativa de los estratos socioeconómicos más vulnerables (Chant y Craske, 2007; Ullmann et al., 2014).
Las principales tendencias demográficas que han impactado en la configuración de los arreglos familiares se enmarcan en el proceso de transición demográfica. Este proceso, que no se ha presentado de manera uniforme entre los países ni hacia el interior de estos, ha generado la coexistencia de diversas realidades con implicaciones sociales, éticas, económicas y políticas de distinta prioridad según cada situación nacional y local. Argentina experimentó de manera temprana estos cambios respecto de los demás países latinoamericanos, que se sintetizan en un descenso significativo de los niveles de mortalidad entre fines del siglo XIX y principios del XX —particularmente infantil y su correlato en una mayor esperanza de vida al nacer— y de fecundidad que, conjuntamente, han contribuido a la reestructuración etaria de la población, disminuyendo el peso relativo de los grupos jóvenes y dando lugar a un progresivo envejecimiento demográfico.
A estas tendencias se suman otras vinculadas a las dinámicas conyugales, tales como, el incremento de las separaciones/divorcios3, el aumento relativo de las uniones consensuales, la postergación de la maternidad y del primer matrimonio4.
De acuerdo con Ullmann et al. (2014), en términos generales, los países latinoamericanos que cursan las distintas etapas de la transición demográfica muestran, con diferente intensidad, una reducción relativa de los hogares biparentales —lo que podría estar vinculado al incremento de las separaciones/divorcios o a la adopción de nuevas pautas de corresidencia—, un aumento de los hogares unipersonales —consecuencia probable de la mayor proporción de personas mayores, la postergación de proyectos familiares entre la población joven o a la elección de proyectos de vida individuales— y una tendencia a mantener la participación de los hogares extendidos —resultado posible de estrategias de economía doméstica o de organización de los cuidados—. Los hogares nucleares monoparentales, por su parte, registran un aumento transversal a las distintas etapas transicionales.
El peso del factor económico
Para entender el entramado de relaciones y vínculos que se generan en las nuevas modalidades de hogares, que en definitiva son los agrupamientos que la población establece para reproducirse socialmente y desarrollar su vida, se considera importante caracterizar los procesos económicos y cambios sociales de la región que enmarcan la emergencia de la modalidad de hogar monoparental, caracterizada por su vulnerabilidad.
En el marco de los profundas transformaciones de los modelos de desarrollo de los países de América Latina, la reestructuración económica neoliberal que impuso la desregularización de los mercados, la producción industrial para exportación y la apertura generalizada de las economías, la crisis de la deuda externa y la decadencia de los modelos de sustitución de la industrialización, produjeron mayores niveles de pobreza y aumento de la informalidad laboral, y son los contextos que permiten reflexionar respecto a la vinculación de los cambios económicos de los hogares con los cambios demográficos en la vida de las mujeres, en su negociación con los hombres y en la intimidad de las relaciones de género en el interior de los hogares. La vinculación de esos aspectos ayuda a entender cómo los ajustes macroeconómicos han impactado en la esfera privada (Chant y Craske, 2007).
El contexto económico regresivo ocasionó una “vuelta atrás” en el nivel de vida y en la protección social. En muchos casos, estos movimientos han estado asociados con la creciente pobreza, esencialmente en las áreas urbanas, y con una mayor precariedad de la calidad de vida de la gente, sobre todo de las mujeres de bajos recursos. A falta de perceptores de ingresos los hogares encabezados por mujeres de los sectores populares han sufrido el impacto de esos contextos críticos.
La retirada del Estado de la vida económica, la protección social y la provisión de servicios, han generado un incremento considerable de la pobreza en la región y han dejado a la mayoría de la población en una situación de gran vulnerabilidad y escasez de recursos. El aumento de la precariedad y la pobreza en la vida de la mayoría de los latinoamericanos no ha afectado de la misma manera a toda la población. El deterioro del ingreso familiar necesario para sobrevivir afecta de manera particular a las mujeres de bajos recursos. Se intensificó la desigualdad de las cargas y responsabilidades de las mujeres cercenando el tiempo dedicado al descanso y al ocio.
En la década de 1980 surge el concepto de feminización de la pobreza al registrarse el empobrecimiento de hogares encabezados por mujeres en EE. UU., en un contexto de acrecentamiento de la esperanza de vida y de los divorcios (Pearce, 1978) Esas primeras formulaciones fueron cuestionadas por no considerar cuestiones como la nacionalidad, la clase social y la raza como aspectos complementarios de la producción de la desigualdad. En la siguiente década, el concepto se expande a escala global e impregna el discurso y los requisitos para el financiamiento por parte de los organismos internacionales (Aguilar, 2011). En el año 1995, las Naciones Unidas impulsan la 5.a Conferencia Internacional sobre las mujeres en Beijing donde se afirma que el 70% de los pobres del mundo son mujeres y se incorpora entre las 12 áreas críticas de la Plataforma de Acción, la erradicación de la carga persistente y cada vez mayor de la pobreza que enfrentan las mujeres.
A través de la identificación de las mujeres constituidas como principales proveedoras del hogar, en una investigación realizada a comienzos de la década de 1990 sobre el área metropolitana de Buenos Aires, que utiliza un abordaje cuali cuantitativo utilizando como fuente de datos la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) elaborada por el INDEC, se constata la heterogeneidad de ese universo de mujeres. Efectivamente, no todos los hogares con principal proveedora mujer son pobres, no todas las principales proveedoras trabajan y no en todos hay niños/as pequeños/as; hacia el interior de estos hogares se pueden distinguir grupos en muy diferente situación. Sin embargo, entre ellos se encuentran los hogares más vulnerables (Geldstein, 1994). Uno de los factores que aumentan la posibilidad de que los hogares con jefatura femenina sean pobres es la ausencia de pareja: los hogares conducidos por mujeres separadas, viudas, solteras o divorciadas son los más afectados por la pobreza, particularmente cuando las mujeres son jóvenes y tienen hijos/as pequeños/as.
Conceptualizaciones posteriores definen la pobreza como un efecto conjunto de múltiples procesos, y se cuestiona la perspectiva unilateral del ingreso en la consideración de la feminización, porque se descuidan otras dimensiones de la pobreza y los aspectos relacionados con la discriminación de género, falta de acceso a recursos, crédito, tierras, ingresos, discriminación legal, política, cultural y religiosa (Chant, 2009). Ampliando el concepto de feminización a feminización de las causas de la pobreza, y poniendo el énfasis sobre el carácter de proceso social se propone especificar cómo actúan las jerarquías de género en la producción y reproducción de la pobreza, enfatizando en el “proceso” más que en el “estado” (Medeiros y Costas, 2008). El énfasis en los hogares con jefatura femenina que incluyen el estado conyugal de quien lo encabeza induce a que la pobreza se vincula más con el tipo de hogar, que con los contextos macrosociales y económicos en donde se sitúan estos hogares.
Iniciado el nuevo siglo se introduce el concepto de “feminización de la responsabilidad y de la obligación” (Chant, 2005) desde un contexto más amplio que toma en cuenta las condiciones materiales de vida y los múltiples procesos discriminatorios que deben ser abordados cuando se consideran las brechas de ingresos, las condiciones de trabajo y de vida entre varones y mujeres, que ubican a estas últimas en situaciones de pobreza. Se sugiere considerar de qué modo las mujeres se encuentran más en el frente de batalla y cómo la carga de la supervivencia familiar recae de manera desproporcionada sobre ellas (Aguilar, 2011).
La asociación entre monoparentalidad y pobreza se encuentra en la mayoría de los países de occidente, y es un rasgo típico de las familias latinoamericanas. En los estudios sobre monoparentalidad se evidencia que en más del 90% de los casos son las mujeres quienes están a cargo de los hogares, como únicas proveedoras, y que tienen en promedio un bajo nivel educativo y están sobrerrepresentadas en los hogares pobres (Cabella et al., 2022; Cerrutti y Binstock, 2009; Ullman et al., 2014). Las rupturas y transiciones familiares se asocian con pérdidas de bienestar, por lo que existe preocupación sobre los efectos que acarrea la creciente inestabilidad conyugal sobre la seguridad económica de las familias que experimentan rupturas.
Investigaciones realizadas en Argentina en los últimos años refieren como motivos asociados a la mayor probabilidad de pobreza de los hogares encabezados por mujeres a su menor participación en el mercado de trabajo, su mayor desempleo y también sus inferiores remuneraciones respecto a las de varones, incluso a igualdad de horas trabajadas (Paz y Arévalo, 2021).
Generalmente, la pobreza es analizada a nivel de los hogares. Existe una carencia de abordajes en los que la unidad de análisis sean los individuos. Cuando se mide la línea de pobreza, la unidad de análisis es el hogar y de acuerdo con su situación de pobreza esa condición se traslada a las personas. Bajo el supuesto de este enfoque se asume que los recursos son compartidos por igual dentro del hogar y que las necesidades son las mismas para todos los miembros y esto enmascara las diferencias en la pobreza entre los individuos dentro del mismo hogar.
Un enfoque generalmente utilizado en el análisis de la dimensión de género de la pobreza es la diferencia entre hogares encabezados por mujeres y hombres. Sin embargo, el concepto de jefe de hogar a menudo no está bien definido y puede incluso ser engañoso si se utiliza como un proxy para las mujeres en general. Por ejemplo, se agrupan en una sola categoría hogares encabezados por mujeres en situaciones contrapuestas: mujeres viudas o que están solas a cargo de sus hijos/as que se encuentran en situación vulnerable, hogares unipersonales de mujeres sin hijos de clases más acomodadas. A pesar de estas limitaciones, los datos existentes pueden proporcionar información significativa, aunque incompleta, sobre las diferencias de sexo y edad en la pobreza, si el análisis explora las diferencias por composición del hogar y durante el ciclo de vida (González Rozada, 2019).
En Argentina, ya consolidada la transición demográfica, las formas de organización familiar sufrieron el impacto negativo del consenso conservador de la década de 1980 y la desregulación económica de la década de 1990, cuya principal consecuencia fue el aumento del desempleo y la consecuente exclusión de amplios sectores de la población. El empobrecimiento transitó una de sus etapas más críticas entre 1998 y 2003, producto del fallido régimen de convertibilidad, profundizándose en el segmento de niñas, niños y adolescentes, ya que los hogares pobres tienen, en promedio, un número más elevado de miembros y una alta tasa de fecundidad respecto de los hogares no pobres (Vinocur y Halperín, 2004). En los años posteriores, la situación socioeconómica fue marcada por una reducción de la pobreza, pero cuyos niveles son discutibles –subestimados– debido a la implementación de cambios metodológicos en las estadísticas de precios indispensables para el cálculo de la canasta básica total (CBT) y alimentaria (CBA) (Zack et al., 2020). Aún con la inexistencia de una serie de pobreza comparable en el tiempo, el piso promedio superior al 20% en las primeras décadas del siglo es indicativo de la conformación de un núcleo duro de pobreza significativo (PNUD, 2017), profundizado por la emergencia sanitaria de 2020/21.
La monoparentalidad engloba una pluralidad de perfiles y situaciones familiares. Las vías de entrada son múltiples: disolución matrimonial, ruptura de una pareja de hecho, viudez y maternidad o paternidad en solitario. Aunque, históricamente, los hogares monoparentales estaban conformados predominantemente por mujeres viudas, actualmente, la separación conyugal es una de las principales vías de entrada. Sin embargo, es frecuente que hogares monoparentales compartan vivienda con familiares y otras personas, por lo que es necesario considerar este tipo de hogares (Castro Martín y Seiz, 2014). En efecto, ante la disolución de una unión conyugal/consensual, las mujeres suelen constituirse en jefas de hogares monoparentales o, alternativamente, pasan a residir en hogares extendidos para poder afrontar las nuevas condiciones (Cerrutti y Binstock, 2009).
Los hogares monoparentales de jefatura femenina constituyen un universo particularmente vulnerable debido a su propia composición, especialmente, en el caso de los nucleares; su conformación impone restricciones a la capacidad de obtener ingresos, ya que la madre suele ser la única perceptora al tiempo que debe realizar el trabajo doméstico que demanda el grupo familiar. El panorama se complejiza en los hogares pobres, donde los servicios de cuidado infantil difícilmente pueden adquirirse en el mercado, por lo que la asistencia del Estado se vuelve decisiva.
Además del género, existen otros factores que contribuyen a la vulnerabilidad de este tipo de hogares, como el contexto residencial y determinadas características sociodemográficas de la jefatura —su nivel educativo, la condición de actividad, la calificación ocupacional y los ingresos— cuya interseccionalidad condiciona las posibilidades de movilidad social y exacerba las desigualdades (Cabella et al., 2022; Mazzeo, 2011).
La población vive su cotidianidad en un contexto espacial específico, que interviene en el acceso a determinados niveles de bienestar e incide en la pobreza y la desigualdad. En efecto, desde una perspectiva estructural, la CEPAL (2016) ha caracterizado la desigualdad social como un fenómeno de heterogeneidad territorial que resulta de un patrón dispar de asentamiento, acompañado de un gran desequilibrio en la distribución de la riqueza y las oportunidades de bienestar material, dando lugar a espacios desarrollados y a otros que no logran salir de la trampa del estancamiento, con altos y persistentes niveles de pobreza. En este sentido, la segregación socioespacial vinculada a los procesos de urbanización, característica de las grandes ciudades, como la Ciudad de Buenos Aires, cuya zona más rezagada se ubica en el sur, atenta contra la capacidad de las familias de acceder a diversos bienes y servicios básicos de manera efectiva. Por esta razón, la consideración del tejido espacial en la producción de datos territorializados aporta a la creación de indicadores más realistas que permiten diseñar políticas públicas eficaces (Campos Alanis et al., 2020).
Las desigualdades territoriales y la búsqueda de mejores oportunidades laborales son uno de los principales desencadenantes de las corrientes migratorias, tanto internacionales como internas (CEPAL, 2016). Aun cuando la migración no es un componente contemplado por la teoría de la transición demográfica, es necesario considerar que la decisión migratoria puede formar parte de una estrategia adaptativa de los hogares y, particularmente en la Ciudad de Buenos Aires, la feminización de los flujos migratorios ha sido un rasgo característico de las últimas décadas del siglo pasado y comienzos del actual, especialmente la procedente de países limítrofes, que tiene efectos en los distintos arreglos residenciales. No obstante, el desigual acceso ocupacional y las peores condiciones de inserción laboral de esas trabajadoras, documentado en distintas investigaciones (Cacopardo y Maguid, 2003; Cerruti, 2009; Maguid y Arruñada, 2005), se acompaña de peores condiciones de vida, hacinamiento, problemas de acceso a cobertura en salud y distribución del ingreso; esto se profundiza a nivel de las comunas de la Zona Sur de la Ciudad y, en menor medida, en el centro. Las dificultades que enfrenta la población migrante para el acceso a la vivienda propia se advierten en el hecho de que más de la mitad son inquilinos/as o arrendatarios/as por mencionar solo algunos indicadores que evidencian la problemática, indicadores que son aún más críticos en la Zonas Sur y Centro de la Ciudad (Carpinetti y Martínez, 2014).
Metodología y fuentes
Para el presente trabajo, se optó por el desarrollo de una metodología de estadística descriptiva, considerando a los hogares como unidad de análisis y aproximación al concepto de familia. Operativamente, se define al hogar como un conjunto de personas, con o sin vínculo de parentesco, que residen en la misma vivienda y comparten los gastos de alimentación. Aunque gran parte de los hogares son de tipo familiar, las tipologías construidas suelen admitir arreglos residenciales no familiares.
Los datos provienen de la Encuesta Anual de Hogares (EAH), elaborada por el Instituto de Estadística y Censos de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (IDECBA) desde 2002. Se trata de un operativo por muestreo que involucra un número importante de viviendas particulares distribuidas en el territorio de la Ciudad.
Se utilizaron los datos de la EAH 2021, relativos a la estructura de hogares en la Ciudad y a las características sociodemográficas —educativas, laborales, distribución de ingresos, nivel de pobreza y condición migratoria— de los hogares monoparentales, distinguiendo el sexo de la jefatura para un análisis comparativo en la dimensión de género. Asimismo, se presentan datos para el total de la Ciudad y para las Zonas (Norte, Centro y Sur) en que se divide su territorio, acorde al agrupamiento de las comunas que constituyen su unidad político-administrativa5, de manera tal de abordar las desigualdades residenciales.
El abordaje de las zonas de la Ciudad posibilita estudiar la segregación residencial, en tanto que el espacio permite acceder al conocimiento de las desigualdades sociales y económicas asociadas a la división territorial, dimensión básica del proceso de diferenciación y estructuración económica y social. Es sabido que la Zona Sur es más desventajosa en términos de calidad e infraestructura de servicios y vivienda, así como también que hay mayor presencia de villas de emergencia (Mazzeo et al., 2012).

El agrupamiento de zonas es el que habilita la fuente utilizada y que actualmente usa la Ciudad de Buenos Aires. Este análisis se podría enriquecer con la incorporación de una perspectiva más extensa que contemple a toda la Región Metropolitana Buenos Aires6 lo cual afianzaría el conocimiento de la composición de los hogares y su vulnerabilidad en la principal región metropolitana del país. Esta ampliación, no obstante, requiere la utilización de otras fuentes con cobertura en el conjunto del área lo que se plantea como un desafío a futuro que excede las posibilidades y objetivo trazado en esta presentación.
Adicionalmente, se analiza con mayor detenimiento el índice de pobreza elaborado por el IDECBA en 2019 que se replicó en 2021, que mide en forma directa la privación de necesidades de los hogares y de la población desde un enfoque multidimensional, basado en el método consensual de privación. Esto implicó la identificación de un conjunto de indicadores que se suelen utilizar a nivel internacional en este tipo de enfoque y su posterior adaptación a la realidad socioeconómica de la Ciudad de Buenos Aires. Los indicadores se agrupan en cinco dimensiones: alimentación, salud y cuidados, vivienda y servicios, equipamiento del hogar, privación social y educación.
Resultados
Los hogares de la Ciudad en 2021: la participación de los monoparentales
La organización familiar y los arreglos residenciales en la Ciudad han evidenciado modificaciones desde 1960 relativas a la reducción de su tamaño y a la composición de los hogares. Aunque sigue siendo predominante la forma de residencia familiar, disminuyó su presencia, mientras que aumentaron de modo notorio los hogares no familiares, particularmente unipersonales. Entre las formas de convivencia familiar, la menor participación de hogares extendidos y compuestos fue acompañada por el crecimiento de los nucleares incompletos o monoparentales de jefatura femenina vinculado con la fragilidad creciente de los matrimonios y la mayor incidencia de la disolución de las uniones (Binstock, 2004; Calero, 2013; Mazzeo, 2007).
La elevación de los niveles educativos y la salida de las mujeres al mercado laboral, en algunos casos para sustituir o complementar los salarios deteriorados de sus cónyuges, significaron asimismo cambios en la organización y en los roles de los cónyuges, con un aumento de hogares con dos proveedores. La diversificación de los hogares familiares se reflejó también en la conformación de familias ensambladas producto de separaciones y divorcios y de la reincidencia matrimonial y la convivencia de personas de igual sexo (Mazzeo, 2010).
Los datos relevados por la EAH para 2018, 2021 y 2023 –período pre y post pandemia por COVID-19– (Cuadro 1), muestran que, acorde a la existencia de relaciones de parentesco de los miembros del hogar con el jefe/a, los hogares familiares experimentaron un leve descenso entre 2018 y 2023, aunque con una representación cercana al 60% en el total de los hogares de la Ciudad. En contrapartida, los hogares no familiares, muestran un pequeño repunte, manteniendo una representación próxima al 40%, destacándose entre estos los unipersonales como aquella tipología con mayor peso.
Para el año en estudio, 2021, los hogares familiares biparentales o con núcleo completo alcanzan el 42,8%, en tanto que los monoparentales o con núcleo incompleto constituyen el 12,2% y, en su mayoría, están encabezados por mujeres que conviven con sus hijos/as (10,1%). La presencia de otros familiares y no familiares en general es baja, por ello, el peso de los hogares monoparentales extendidos y compuestos es menor al 2%.
Una mirada de los hogares que residen en las distintas zonas en que se puede dividir la Ciudad según sus características demográficas7, sociales y económicas, pone de manifiesto los contrastes en la participación de los distintos tipos de hogares mencionados. En el norte, más de la mitad son de tipo no familiar y en particular son hogares unipersonales; por el contrario, en el centro y más aún en el sur predominan los hogares de tipo familiar donde de cada 10 hogares estos constituyen alrededor 6 y 8, respectivamente.
En relación con los hogares monoparentales, en el Sur se evidencia un mayor peso en tanto su porcentaje es más del doble del que tienen en el Norte (17,4% versus 8,1%). Al igual que en el resto de las zonas, en su mayoría son nucleares, no obstante, en el Sur se registra una presencia más alta de hogares con núcleos incompletos con otros familiares y no familiares, el porcentaje asciende a 4,3% mientras, que en el Norte y Centro representan menos del 1,5% del total de hogares.

Clima educativo del hogar
El clima educativo es un indicador del capital cultural del hogar, relevante para los análisis de equidad en el acceso a la educación y la trayectoria educativa de niñas, niños y jóvenes8. Adquiere importancia como una dimensión de la desigualdad en el bienestar socioeconómico de los hogares y en el acceso a bienes y servicios. En tal sentido, se ha mostrado, por ejemplo, su asociación con la posesión, disponibilidad y utilización de tecnologías digitales y el tipo de relación diferencial que los distintos hogares tienen con las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) (Moyano, 2020).
El conjunto de credenciales educativas por parte de los miembros del hogar resulta de mayor utilidad en comparación con el nivel educativo del jefe/a y su cónyuge para el análisis de arreglos residenciales heterogéneos en cuanto a su composición y a la presencia de hijos o hijas jóvenes que pueden haber alcanzado niveles educativos superiores que sus progenitores producto de la expansión educativa (Rabell Romero y Murillo López, 2020).
El clima educativo refiere al promedio de años de escolaridad aprobados en el sistema educativo formal de las personas adultas que integran el hogar. En el caso de los datos que se presentan en este apartado, el umbral de la edad para la construcción del indicador se definió a partir de los 25 años y más y se consideraron tres niveles: “bajo”, correspondiente a un promedio de escolarización inferior a 7 años (6,99), “medio”, que oscila entre 7 y menos de 12 años (11,99) y “alto” que corresponde a hogares con un promedio de escolaridad de sus miembros de 25 años y más igual o superior a 12 años.
En la Ciudad el clima educativo es alto: un 80% de los hogares tiene un promedio de años de escolarización de sus integrantes de 12 años y más, es decir que han finalizado sus estudios secundarios e incluso pueden tener estudios superiores. No obstante, este indicador presenta disparidades entre las zonas (Gráfico 1). En el Norte el 92% se ubican en un nivel alto, mientras que en el Centro el porcentaje es de 82% y en el Sur disminuye a un 61%. Por el contrario, en esta última zona, un 4% de las personas adultas que componen el hogar tienen en promedio menos de 7 años de escolaridad, casi el doble que en el Centro (2,2%).

Los hogares familiares tienen menores niveles de escolaridad en relación con los no familiares compuestos principalmente, como se mencionó, por unipersonales (Cuadro 2). El peso del clima educativo alto desciende al 77% en los hogares familiares, producto de los logros educativos de sus miembros que también va a estar condicionado por la edad de estos en especial considerando la presencia de otras personas parientes y no parientes en el caso de los extendidos y compuestos, mientras que en los no familiares representa el 85,6%. Dentro de los familiares, los monoparentales, que son los que interesa enfocar en este artículo, evidencian un menor clima educativo que los biparentales, siendo más bajo el porcentaje de hogares con un promedio de escolaridad de 12 años y más en el caso de los monoparentales encabezados por mujeres (76,5%) en comparación con aquellos con jefes varones (79,2%).
A nivel de las zonas se reflejan algunos contrastes, así en el norte los hogares familiares con clima educativo alto superan a los no familiares, situación que en parte se explica en una mayor presencia de hogares unipersonales de jefas adultas mayores con menos años de escolaridad9. En el caso específico de los hogares con núcleo incompleto las diferencias según el sexo de la jefatura se reducen y se invierten. El porcentaje de jefas con niveles mayores a 12 años es apenas superior al de los jefes (92,5% y 92%) lo que evidencia los mayores niveles educativos de las mujeres que residen en esta Zona y la heterogeneidad de la situación educativa de las madres que conviven con sus hijos e hijas en relación con la dimensión territorial. Por el contrario, en el sur son los hogares monoparentales encabezados por mujeres los que presentan menor acceso a la educación en tanto el porcentaje con clima educativo alto es del 57,7%, muy inferior a lo observado en el resto de las zonas; mientras que el porcentaje con clima educativo medio (38,1%) supera al registrado en el centro y en el total de la Ciudad (17,4% y 21,6%).
En resumen, se puede destacar que la zona de residencia refleja las mayores diferencias en el clima educativo de los hogares, acentuándose las desventajas de los hogares monoparentales del sur de la Ciudad.

Los hogares monoparentales a cargo de mujeres y la procedencia migratoria
En los abordajes del fenómeno migratorio se suelen describir las características migratorias asociadas a las ventajas comparativas, donde algunos atributos como el nivel educativo y la calificación laboral de la población migrante suelen incidir en la posibilidad de que sus miembros tengan una inserción de calidad en la actividad económica, lo cual impacta en la esfera de la distribución de los bienes y servicios sociales. En tal sentido la conformación de los hogares, el acceso a la vivienda, salud, educación y conjunto de bienes necesarios para la reproducción social del hogar están vinculados a su composición: no es lo mismo que un hogar tenga dos sostenes económicos a que su único sostén esté a cargo exclusivamente de mujeres. Esta situación empeora en un contexto de repliegue de la asistencia del Estado y el consecuente deterioro de los servicios públicos, a lo que se suma la condición crítica vinculada a la pandemia por COVID-19.
Para describir la conformación del panorama migratorio en la Ciudad, se presenta la desagregación de los hogares del total de la Ciudad y de cada zona según las procedencias migratorias de los jefes y jefas de hogar, destacándose las personas nativas de la Provincia de Buenos Aires de las demás jurisdicciones del país y de la migración internacional (Gráfico 2). En la migración externa, se agrupó la tradicional procedencia de países limítrofes junto a Perú y el resto de las procedencias externas en la categoría “Otro País”, que incluye los nuevos contingentes que han arribado a la Ciudad en los últimos años desde Venezuela y Colombia con un perfil distinto del que caracteriza a la migración limítrofe, con alto nivel educativo y asentados en las Zonas Centro y Norte (Martínez y Carpinetti, 2021).
El principal aporte proviene de la Provincia de Buenos Aires, ya que representa el 20% de los hogares de la Ciudad y de la Zona Centro. Este peso aumenta en la Zona Norte, donde supera el 25%, y disminuye en el Sur, donde alcanza el 15%. Esto se explica por la proximidad de estas áreas a la Ciudad, ya que las localidades del Gran Buenos Aires, que junto a la Ciudad conforman el mayor aglomerado urbano del país, tienen un peso considerablemente mayor que las localidades bonaerenses más alejadas.
Notoriamente, es en el Sur donde se observa el mayor peso de hogares de migrantes externos/as de países limítrofes y Perú (14,3%) que supera ampliamente a las otras Zonas y al peso de este origen en el total de la Ciudad. La migración externa de “Otros países” destaca en el Centro y el Norte y merma en el Sur.

Como ya se mencionó, el 60% de los hogares de la Ciudad son familiares. Los hogares no familiares, en su mayoría unipersonales, destacan por su predominio en la migración proveniente de la Provincia de Buenos Aires, donde alcanzan 46%, y por su bajo peso entre los migrantes provenientes de países limítrofes y Perú con apenas 25% (Cuadro 3). Como contracara esta última procedencia tiene mayor peso de hogares de tipo familiar (75%) y en los monoparentales, particularmente en los encabezados por mujeres (18 y 16% respectivamente) porcentajes superiores a las demás procedencias migratorias que están por debajo del 12%. La segunda procedencia donde destaca el peso de los hogares monoparentales encabezados por mujeres corresponde a otras provincias (excluyendo Buenos Aires) con 11,5%.

Al cambiarse el foco y considerarse la distribución de cada tipo de hogar según la procedencia, el peso de esta variable se diluye en el conjunto de los hogares de cada Zona (Cuadro 4). Así, al efectuarse una indagación en los hogares nucleares incompletos encabezados por mujeres, a los que se les han sumado los hogares nucleares incompletos extendidos y compuestos (que conjuntamente representan a la subpoblación más vulnerable) se observa, en primer lugar, el predominio de mujeres nativas de la Ciudad que encabezan casi el 52% de los hogares monoparentales de la Ciudad; esto permite llegar a una primera conclusión: aunque dentro de las procedencias migratorias, las mujeres migrantes limítrofes son las más expuestas (Cuadro 3), en términos de su peso dentro del total de hogares monoparentales, las mujeres nativas de la Ciudad son predominantes (Cuadro 4). Es probable que una proporción significativa de estas mujeres sean hijas de migrantes limítrofes o de migrantes internas provenientes de otras provincias.
En segundo orden de importancia, para el total de la Ciudad, los hogares monoparentales de procedencia limítrofe y del Perú superan a los de “Otra Provincia”. Esta desagregación presenta debilidad por los altos coeficientes de variación, sobre todo en la Zona Norte. No obstante, del análisis comparativo entre zonas surge que el Sur y, en menor medida, la Zona Centro explican el mayor peso de los hogares de procedencia limítrofe y del Perú dentro de los monoparentales encabezados por mujeres, donde representan la 2ª y 4ª procedencia (17,3 y 14% respectivamente).

Nivel y calidad de la inserción en la actividad laboral
En los hogares monoparentales, el nivel de actividad de los jefes y jefas ronda en promedio el 83%, apenas por encima del nivel estimado para la jefatura de los hogares biparentales. Las tasas en los monoparentales presentan contrastes entre las zonas, más del 90% en el Norte y 73% en el Sur para ambos sexos y, en todas las zonas resultan más elevadas para los jefes. Por su parte, la desocupación representa el 3,5%, y es similar a la registrada para sus pares de hogares biparentales.
La falta de cobertura previsional considerada a partir del descuento jubilatorio permite analizar la precariedad laboral, ya que refiere a quiénes aportan a través del monotributo o como autónomos/as y quienes no están inscriptos en la seguridad social. Se observa que casi el 25% de los jefes asalariados y jefas asalariadas de hogares monoparentales padecen precariedad laboral. En el sur el problema casi alcanza el 34% de los hogares monoparentales, siendo diez puntos porcentuales más alto respecto al observado en la jefatura de hogares biparentales. Destaca, a su vez, el porcentaje más elevado de jefes/as de hogares monoparentales sin descuento jubilatorio que en el sur alcanza a más de la mitad y, entre los hogares monoparentales a cargo de mujeres, la situación es más crítica en la Zona Sur con casi 31% de precariedad.

La distribución del ingreso
En este apartado se realiza una comparación en la distribución del ingreso entre hogares monoparentales y biparentales. Se observa que en los monoparentales prepondera la concentración de los ingresos en el primer quintil, es decir, son claramente más vulnerables.
Entre los hogares biparentales se destacan los de la Zona Centro que concentran más de la mitad de la población de la Ciudad, y la distribución de los quintiles es relativamente pareja. Hay una relación asimétrica en las zonas extremas de la Ciudad, en el Norte hay una mayor participación de los quintiles más altos mientras que el Sur presenta casi un 40% en el primer quintil. Es llamativo el comportamiento cuando se miran hogares encabezados por mujeres: las ventajas de la Zona Norte se diluyen y aumenta drásticamente la participación del primer quintil que sube a casi un 30%. Este aumento se da en todas las zonas, pero muestra su peor arista en la Zona Sur donde los ingresos de más de la mitad de los hogares (54%) encabezados por mujeres se hallan en el primer quintil evidenciando su extrema vulnerabilidad.

Pobreza por ingresos
La insuficiencia de recursos monetarios para alcanzar un nivel de bienestar digno es una de las formas más elementales de medir la pobreza y la antesala para explorar otras privaciones de relevancia social. Concretamente, la pobreza por ingresos se expresa en la menor capacidad de los hogares para adquirir bienes y servicios básicos en el funcionamiento cotidiano de la vida, condición que afecta las oportunidades de desarrollo futuras de individuos y sus familias.
La contracción económica producto de la emergencia sanitaria por COVID-19 implicó que América Latina experimentara un retroceso significativo de sus niveles de pobreza por ingresos, y alcanzara tasas similares a las exhibidas una década atrás, que eran resultado de una disminución sostenida desde inicios de siglo (CEPAL, 2022b)10. En el caso de Argentina, el panorama previo a la pandemia ya era complejo y se vio profundizado por la crisis resultante. De acuerdo con los datos recabados por la Encuesta Permanente de Hogares, en el segundo semestre de 2020 —momento más álgido de la pandemia—, un tercio de los hogares (31,6%) se encontraba en situación de pobreza por ingresos, esto es, casi 6 puntos porcentuales más de lo registrado un año antes (25,9%), nivel muy próximo al exhibido en el primer semestre de 2004 (33,5%), cuando el país comenzaba su recuperación luego de la recesión que aconteció entre 1998 y 2002. Hacia el segundo semestre de 2021, como consecuencia de la reactivación productiva y de las políticas sociales que la acompañaron, dicha proporción disminuyó al 27,9%.
La Ciudad de Buenos Aires, una de las jurisdicciones con mayores ingresos del país11, presenta, en promedio, tasas de pobreza relativamente más bajas, aunque con acentuadas disparidades territoriales. De acuerdo con la Encuesta de Hogares, en 2021, el 15,9% de los hogares se encontraba bajo la línea de la pobreza (LP)12, esto es, casi la mitad de la incidencia promedio a nivel país.
El Cuadro 6 sintetiza, para los diferentes tipos de hogares y zonas de la Ciudad, el conjunto de índices propuestos por Foster et al. (1984), tradicionalmente utilizados para medir la pobreza por ingresos en términos de extensión, profundidad y desigualdad. De esta manera, además del índice de incidencia de pobreza (FGT0), que calcula la proporción de hogares cuyo ingreso total es inferior a una línea de pobreza estimada de acuerdo con la composición del hogar13, se adiciona el índice de intensidad o brecha proporcional de pobreza (FGT1), que mide el grado en que los hogares caen por debajo del umbral de pobreza (brechas de pobreza) como proporción de la línea de pobreza —donde los hogares con ingresos superiores a esta tienen una brecha igual a cero—, y el índice de severidad de la pobreza (FGT2)14, que representa —a través de una suma ponderada de las brechas de pobreza (como proporción de la línea de pobreza)— el grado de desigualdad entre los hogares pobres.
Incidencia. La incidencia de la pobreza por ingresos en los hogares de la Ciudad muestra diferencias significativas respecto de su tipología, siendo inferior en los hogares no familiares en comparación con los familiares (10,1% y 19,8%, respectivamente). Entre estos últimos, la mayor incidencia se encuentra, precisamente, en los hogares de núcleo incompleto o monoparentales (30,7%), particularmente, en aquellos encabezados por mujeres (33,1%) que, a su vez, superan en más de 10 puntos porcentuales la tasa de pobreza de los hogares monoparentales con jefatura de varones (19,1%). Cuando se exploran las diferencias territoriales, se evidencia el recrudecimiento de esta condición en los hogares monoparentales a cargo de mujeres, particularmente, de la Zona Sur, donde la pobreza se eleva al 47,4%, esto es, más del doble de la tasa presentada en la Zona Norte (22,3%).
Intensidad. En concordancia con la incidencia, la mayor intensidad de la pobreza por ingresos, esto es, cuán pobres son los hogares pobres, se registra entre los monoparentales (11,1%), particularmente, aquellos encabezados por mujeres (11,8%) y radicados en la Zona Sur (16,3%). Ahora, cabe destacar que, en la Zona Norte, el valor más alto de la intensidad de la pobreza se encuentra en los hogares monoparentales a cargo de varones (13,7%), es decir, estos requieren, en promedio, un porcentaje complementario mayor de ingresos para salir de la situación de pobreza.
Severidad. La mayor severidad de la pobreza por ingresos, esto es, cuán desiguales son los ingresos de los hogares pobres, recae en los monoparentales (5,7), principalmente, aquellos encabezados por mujeres (6,0). De manera similar a la intensidad, se encuentra que, tanto en la Zona Sur como en la Zona Centro, la severidad de la pobreza es superior en los hogares monoparentales a cargo de mujeres respecto de los varones, sin embargo, en la Zona Norte, la situación es inversa, pues el índice alcanza el nivel más alto entre estos últimos (12,5). En otras palabras, en la Zona Norte, la desigualdad entre los ingresos de los hogares monoparentales pobres encabezados por varones supera a la de sus pares mujeres. Cabe recordar que el clima educativo de los hogares encabezados por mujeres en la Zona Norte es más alto, lo cual puede incidir en una menor pobreza.


, donde α=0 para FGT0, α=1 para FGT1, α=2 para FGT2; N es el total de hogares; q son hogares pobres; z representa la línea de pobreza; y es el ingreso total del hogar. La brecha de pobreza se define como:

(2) El índice de incidencia se define como el porcentaje de hogares bajo la línea de pobreza sobre el total de hogares; el índice de intensidad se define como el porcentaje medio complementario del ingreso de los hogares respecto de la línea de pobreza; y el índice de severidad se expresa como un valor entre 0 y 100 donde, a medida que los niveles de ingresos son mayores (más próximos a la línea de pobreza), la importancia relativa de la desigualdad es menor.
Pobreza multidimensional
El concepto de pobreza es intrínsecamente variable y está íntimamente ligado al grupo social de referencia. A medida que una sociedad evoluciona, sus estándares de vida, desarrollo económico y necesidades básicas cambian con el tiempo. El bienestar individual suele evaluarse en relación con el bienestar colectivo; así, a medida que aumenta la prosperidad general, los criterios sociales también se elevan. Esto provoca que la percepción subjetiva del bienestar se entrelace con comparaciones relativas con los demás, generando diversos sentimientos de carencia. En este contexto, la pobreza implica privaciones y vulnerabilidades que van más allá de la dimensión monetaria. Tanto a nivel internacional como local, en los últimos años ha cobrado relevancia el debate sobre la necesidad de desarrollar indicadores multidimensionales de la pobreza, debido a su complejidad social actual.
La “identificación de los pobres” dependerá del concepto de pobreza y del indicador de bienestar que se utilice, lo que implica un juicio de valor sobre los niveles mínimos de bienestar adecuados, la satisfacción de las necesidades básicas y un umbral de privación considerado inaceptable. Por lo tanto, el concepto de pobreza es esencialmente normativo y su definición variará respecto de la definición sobre bienestar que se considera. Los juicios sobre la satisfacción de las necesidades básicas son individuales y subjetivos, por lo que no sorprende que el debate sobre el problema de la pobreza esté cargado de discrepancias de criterios y normas que surgen de las distintas valoraciones morales y políticas de cada sociedad (Altimir, 1979).
Una buena medida de pobreza multidimensional debe tener en cuenta las particularidades de cada país y contexto específico. Por ello, ha surgido la necesidad de personalizar dicha medida, adaptándola a las realidades sociales, culturales y económicas locales. Cada país, provincia o localidad enfrenta necesidades y dificultades particulares, lo que implica que se debe usar el índice que mejor se ajusta a su realidad. En consecuencia, cada provincia ha desarrollado su propia medida, y otras están iniciando el proceso de creación. Esta personalización es clave para una comprensión integral y contextualizada de la pobreza, ya que los indicadores pueden variar significativamente según los desafíos y prioridades de cada región.
El índice de pobreza multidimensional permite realizar un análisis basado en múltiples dimensiones, dando cuenta de una realidad social compleja. Esta perspectiva sintetiza las características de las condiciones de vida de las personas y familias que ven vulnerados sus derechos, lo que facilita una toma de decisiones más adecuada en el ámbito de las políticas públicas. Además, al incorporar diversas dimensiones como la educación, la salud, el acceso a servicios básicos y la vivienda, este enfoque contribuye a una comprensión más precisa de las desigualdades y las variadas formas de exclusión social que afectan a diferentes grupos de la población.
Este sistema permite identificar a los hogares y a la población que experimenta carencias en determinados bienes, servicios y actividades necesarias para vivir dignamente. A través de su implementación, se posibilita el diseño de políticas públicas más efectivas, centradas no solo en la provisión de recursos materiales, sino también en la garantía de derechos humanos fundamentales. En el caso particular de la Ciudad de Buenos Aires, el índice multidimensional ofrece una herramienta valiosa para abordar las desigualdades urbanas y periurbanas, proporcionando información detallada para mejorar las intervenciones sociales y reducir las brechas de bienestar. Las cinco dimensiones que finalmente agrupan los 27 indicadores son: alimentación, salud y cuidados, vivienda y servicios, equipamiento del hogar, y privación social y educación (Figura 2).
A lo largo del tiempo, la evolución de los indicadores multidimensionales de pobreza también ha planteado desafíos metodológicos, como la elección de las variables y la ponderación de cada dimensión. Estos debates no solo son técnicos, sino que reflejan también las tensiones políticas y éticas sobre qué constituye una vida digna y qué estándares deben ser aplicados para definir la pobreza en un contexto determinado. En este sentido, los avances en la medición multidimensional son también un reflejo de los cambios en la comprensión del bienestar y de las prioridades sociales en cada momento histórico.

Cada uno de estos indicadores fue relevante sobre los individuos, considerando las vulnerabilidades que pudieran presentar en ellos. Para dar cuenta de la multidimensionalidad de la pobreza, se calcula que, si un hogar presenta privaciones en al menos dos indicadores de distintas dimensiones, será considerado en situación de pobreza.
Los datos del Cuadro 7 muestran la pobreza multidimensional en relación con la estructura familiar y la zona geográfica, lo que permite un análisis más completo sobre las desigualdades sociales. En general, la pobreza afecta de manera diferenciada a los hogares biparentales y monoparentales, y a su vez, varía considerablemente según la zona (Norte, Centro, Sur).
En el total de los hogares no familiares, el 10,1% se encuentran en situación de pobreza. A su vez, este análisis se desglosa según la condición familiar, con los hogares biparentales mostrando un porcentaje de pobreza del 17,1%, y los hogares monoparentales alcanzando un 30,7%, con una clara disparidad entre la presencia de mujeres (29,3%) y varones (15,4%). Estos datos confirman que la pobreza es significativamente más alta en los hogares monoparentales, especialmente aquellos encabezados por mujeres, lo que refleja una doble vulnerabilidad derivada tanto de la estructura del hogar como de la situación económica.
Al considerar la zona geográfica, las diferencias son aún más marcadas. En la Zona Norte, el porcentaje de pobreza es considerablemente bajo para los hogares biparentales (4,7%) y en los monoparentales con presencia masculina (8,0%). Sin embargo, la pobreza sigue siendo más alta en los hogares monoparentales con presencia femenina (20,8%).
En la Zona Centro, la pobreza es moderada pero más extendida. El total de hogares biparentales con pobreza es del 15,8%, mientras que los monoparentales con presencia femenina llegan al 25,2%, donde la desigualdad entre los hogares biparentales y monoparentales sigue siendo considerable.
Finalmente, en la Zona Sur, los datos muestran un contraste aún más marcado. El 28,4% de los hogares biparentales en esta zona son pobres, acorde a los indicadores de pobreza multidimensional, pero esta cifra asciende a un 41,7% en los hogares monoparentales con presencia femenina, el porcentaje más alto entre todas las zonas y tipos de hogares. La alta pobreza en los hogares monoparentales en la Zona Sur refleja una mayor marginación económica y social. Esta área, probablemente con menor desarrollo económico y más carente de recursos y servicios, parece estar afectada por una alta concentración de pobreza estructural, que afecta de manera desproporcionada a las familias monoparentales lideradas por mujeres.

Un análisis desagregado del indicador de pobreza multidimensional por dimensiones revela importantes patrones de privación en los hogares monoparentales, especialmente aquellos encabezados por mujeres. En el total de los hogares monoparentales con presencia femenina, los porcentajes más altos de privación se observan en alimentación (88,4%), seguido por privación social y educativa (87,3%), vivienda y servicios (43,6%), equipamiento del hogar (40,6%) y, por último, salud y cuidados (29,2%) (Gráfico 4). Estos datos destacan la magnitud de las dificultades que enfrentan los hogares monoparentales en diversas dimensiones de bienestar, especialmente en las áreas relacionadas con la alimentación y la educación, que son fundamentales para el desarrollo de las personas que los habitan.
Al desglosar estos datos por zonas geográficas, se observan diferencias significativas en los patrones de privación. En la Zona Sur, los hogares monoparentales encabezados por mujeres muestran los niveles más altos de privación en las dimensiones de alimentación (90,1%), privación social y educativa (87,6%) y vivienda y servicios (50,4%). Estos valores reflejan un contexto de mayor vulnerabilidad, posiblemente relacionado con la escasez de recursos y la falta de acceso a servicios básicos en estas áreas, que afectan de manera desproporcionada a las mujeres que encabezan hogares. La alta privación en vivienda y servicios sugiere que muchas de estas familias viven en condiciones de hacinamiento o en viviendas de baja calidad, lo que impacta negativamente en su bienestar físico y social.
En la Zona Centro, las dimensiones con mayores privaciones son equipamiento del hogar (42,5%) y salud y cuidados (34,4%). La alta privación en equipamiento del hogar puede estar vinculada a la falta de acceso a bienes esenciales para el funcionamiento básico del hogar, como electrodomésticos, muebles o tecnología. Este tipo de privación tiene efectos directos sobre la calidad de vida, pues impide a las personas acceder a servicios esenciales (como la educación a distancia o el acceso adecuado a alimentos). En cuanto a la salud y cuidados, la privación observada en la Zona Centro podría reflejar una escasez de recursos para atención médica y cuidados adecuados para los miembros del hogar, especialmente en contextos urbanos con alta demanda de servicios públicos de salud.
Por otro lado, en la Zona Norte, los hogares monoparentales encabezados por mujeres presentan las carencias más altas en privación social y educativa (87,7%) y alimentación (85,8%). Aunque los porcentajes de pobreza son más bajos en esta zona en comparación con el sur, la privación en educación y equipamiento del hogar sigue siendo un desafío significativo. Esta zona, a pesar de contar con mejores recursos en términos generales, muestra que las desigualdades dentro de los hogares monoparentales se mantienen, en parte debido a la exclusión social y la falta de acceso a redes de apoyo y servicios adecuados para la educación y el bienestar familiar.
En contraste, los hogares monoparentales con presencia masculina presentan un patrón diferente en la desagregación por dimensiones. Aunque los datos muestran ciertas inconsistencias en las privaciones por dimensiones, una constante es la alta privación social y educativa, que afecta al 90,7% de estos hogares (Gráfico 4). A pesar de las variaciones en otros indicadores, la educación parece ser un factor central de privación para los hogares monoparentales masculinos, lo que podría estar relacionado con una menor integración en redes educativas y de apoyo, o bien con dificultades para acceder a la educación formal debido a la sobrecarga laboral y las responsabilidades familiares.

Este último análisis nos revela un impacto asimétrico a nivel de los hogares pobres multidimensionales por dimensión de privación, presencia y zona, ya que varían en las distintas desagregaciones dentro de la pobreza multidimensional, resaltando que las necesidades de una Ciudad pueden ser complejas cuando se las divide por zonas.
Al desagregar la pobreza en sus 28 indicadores, observamos que la mayoría de los hogares nucleares incompletos pobres multidimensionales se concentran en 4 ítems: comer menos variado 82,5%, reducir porciones 66,8%, gastos personales 82,6% y vacaciones 91,6%, que pertenecen a la dimensión de alimentación y privación social y educación (Gráfico 5).
A través de los distintos desagregados, se logra identificar que los hogares nucleares incompletos sufren carencias concretas de determinados bienes, servicios y actividades considerados necesarios para vivir dignamente, reafirmando que la mayoría se encuentra concentrada en las privaciones en alimentación y privación social y educación.

Conclusiones
Las transformaciones de los arreglos familiares se vinculan a los cambios demográficos, socioeconómicos y político-legales que, interrelacionados, se desarrollan en los territorios.
Se han caracterizado los hogares monoparentales encabezados por mujeres por ser el tipo de hogar más endeble debido a su doble condicionamiento estructural; la dimensión de género y el contexto socioespacial, cuya intersección limita la generación de ingresos propios y el acceso a bienes y servicios básicos, exacerbando sus vulnerabilidades. De esta forma, se observa que, en 2021, los hogares monoparentales —en su mayoría nucleares— presentan los menores niveles educativos, particularmente aquellos encabezados por mujeres, y que esto se acentúa en la Zona Sur de la Ciudad. Al analizar el origen migratorio, se observa una marcada presencia de mujeres de procedencia limítrofe encabezando los hogares incompletos del sur, donde su peso es casi seis veces mayor que en la Zona Norte. Además, se destaca una notable representación de migrantes internas provenientes de otras provincias distintas de Buenos Aires en la Zona Centro.
De manera similar y probablemente vinculado al menor nivel educativo y a la precariedad laboral, se evidencia que la mayor incidencia de la pobreza por ingresos se encuentra en los hogares monoparentales, particularmente en aquellos encabezados por mujeres, donde la tercera parte es pobre. Dicha condición se agrava en la Zona Sur, pues casi la mitad de este tipo de hogares se encuentra bajo la línea de pobreza. Esto se condice con la concentración de la mayoría de sus ingresos laborales en el primer quintil y en parte se explica por su menor nivel de actividad laboral y niveles críticos de precariedad laboral que también sobresale en la Zona Norte. Al igual que la incidencia, la mayor intensidad y severidad de la pobreza también recae en los hogares monoparentales de jefatura femenina, aunque se registran ciertas disparidades en la Zona Norte que habilitan una mayor profundización en esta materia.
Al analizar la pobreza multidimensional para los hogares monoparentales, más de la cuarta parte de los hogares posee algún tipo de privación, y en muchos casos múltiples, prevaleciendo en los hogares con presencia de mujeres. En los encabezados por varones, que representan cerca del 20% entre los monoparentales, la pobreza multidimensional tiene un peso inferior, casi la mitad que en los de las mujeres.
La dimensión espacial evidencia la profundización de la pobreza, se observa que las distintas privaciones que componen la pobreza multidimensional difieren a nivel de zona, no es casual porque las zonas más desfavorecidas que evidencian un menor grado de envejecimiento demográfico y, por el contrario, mayor participación de población infantil, presentan desventajas en términos educativos y una mayor criticidad en los indicadores. Tienen una mayor presencia e intensidad de la pobreza por ingresos y, en relación con la pobreza multidimensional, mayores carencias en indicadores críticos como la alimentación, las privaciones en educación, destacando también el problema de la precariedad y hacinamiento de las viviendas, que se profundizan en las Zonas Sur y Centro de la Ciudad. Así queda demostrado que las múltiples carencias que enfrentan los hogares nucleares incompletos se profundizan dependiendo del sexo de la persona a cargo del hogar y de la zona.
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Anexo

Notas
Información adicional
redalyc-journal-id: 740